🌿 Narciso o el espejo que nos devora

🪞 El mito

Narciso era un joven de belleza deslumbrante. Tan bello que todos se enamoraban de él, pero él no correspondía a nadie: su corazón era impermeable al amor. Un día, al asomarse a un estanque, vio su reflejo y quedó fascinado. Se enamoró de sí mismo. Incapaz de apartarse del espejo de agua, se fue consumiendo poco a poco, hasta morir. En algunas versiones, en su lugar nació una flor: el narciso.

Hay detalles sobre sus padres, dioses, sobre Némesis, la diosa que lo castigó por rechazar a la ninfa Eco, en Mythos y Heroes de Stephen Fry, para una lectura más detallada del mito.

Y aquí dos videos de YouTube que lo cuentan muy bien:

📺 https://youtu.be/Sy16duCvgvQ?si=gknUmaJyhAcN--YE } 📺 {embed: https://youtu.be/xFtvWdU-zNA?si=QKR1BqRiLTr4-YGz

📝 Nota única: no es el objetivo de este texto repetir lo que ellos han hecho; más bien quiero aportar desde lo cercano, mi experiencia, y cruzarlo contra los autores y filósofos que más me gustan para tratar de actualizarlo y aplicarlo a las dinámicas sociales actuales en las que vivo.


❓ ¿Qué nos dice este mito?

Más allá de la advertencia superficial contra la vanidad, el mito de Narciso habla de algo más profundo: la incapacidad de salir de uno mismo. Narciso no solo se admira, se encierra. Lo que lo destruye no es su belleza, sino su incapacidad de conectar con el otro. El lago no es solo un espejo: es una frontera que le impide amar más allá de su imagen.

Encerrarse en uno mismo no implica solamente estar solo. Es más profundo: es quedar cautivo de una imagen, una narrativa, un yo ideal que no se permite tocar ni desordenar. Ese encierro puede manifestarse como:

Estas resonancias no son abstractas. Las veo en mí, las peleo en mí. A veces me descubro queriendo encajar, ajustando los bordes para no incomodar…

Pero no quiero quedarme ahí. Lo que busco —quizás torpemente— es una autenticidad que provoque, que incomode con cariño. No para gritar mi diferencia, sino para mostrar que hay otras formas de estar, de mirar, de vivir.

En lugar de amar mi reflejo, quiero mostrar la parte que no se ve bien en la foto:

Quiero mostrar lo que se arruga, lo que respira fuera de cuadro. Lo que no es contenido, sino vida. Aunque no siempre luzca bien.


En la vida moderna —y sobre todo en la digital— este encierro se traduce en muchos gestos cotidianos. Algunos de ellos se han vuelto tan normales que ya ni los notamos...

📸 Perfiles curados

Mostramos no lo que somos, sino lo que queremos ver de nosotros mismos.

No es del todo falso, pero es parcial: una versión iluminada, corregida, suavizada.

Los perfiles digitales funcionan como vitrinas: exhibimos logros, ideas, momentos estéticos. Lo complejo, lo contradictorio, lo torpe —todo eso que también somos— queda fuera del encuadre.

Y lo olvidamos. Hasta que la distancia entre lo que proyectamos y lo que sentimos se hace demasiado grande, y entonces el reflejo no nos calma: nos exige, nos pesa, nos juzga.

Me gusta detenerme para mostrar quién soy en mis historias, pero a veces también caigo en acomodar la realidad para que se vea mejor. Por ejemplo, esta foto:

Se ve hermosa, pero la Jhana es una perrita que cuando quiere amor, no respeta mi espacio, así que estoy incómodo escribiendo esto porque ella quiere estar en mis pies.

El mito de Narciso, en este contexto, no es un cuento lejano, sino una práctica diaria. No nos contemplamos por vanidad, sino por inseguridad.

Pero cuanto más perfecto parece el reflejo, más se hunde el yo real que ya no se siente digno de mostrarse sin filtro.

No quiero eso para mí. ¿Hay un contra-Narciso en la mitología?


🧠 Eco digital

Seguimos y consumimos ideas que confirman lo que ya creemos, evitando la alteridad.

Los algoritmos nos conocen tan bien que ya no necesitamos buscar: nos sirven, en bandeja, versiones de nosotros mismos. Opiniones que nos dan la razón, estilos de vida que nos parecen deseables, verdades que ya aceptamos antes de leerlas. Esto crea una cámara de eco donde la diferencia no incomoda porque simplemente no aparece.

La alteridad —eso otro que es distinto a mí— deja de existir como desafío ético. No tengo que dialogar, ni negociar, ni hacer el esfuerzo de entender al otro. Basta con deslizar el dedo.

Y así, poco a poco, como Narciso frente al agua, dejamos de mirar hacia afuera. Todo parece externo, pero en realidad es una curaduría del yo. Nos relacionamos con versiones digitales de nosotros mismos y, sin darnos cuenta, empezamos a consumir el mundo como un espejo más.


🤳 Soledad acompañada

Estamos hiperconectados, pero emocionalmente aislados.

Vivimos rodeados de mensajes, notificaciones, reacciones, pero pocas veces habitamos una conversación real. Las palabras vuelan rápido, pero rara vez se detienen. El silencio se ha vuelto incómodo, y la presencia sostenida, rara.

En lugar de vínculos profundos, cultivamos presencias múltiples, fragmentadas, superficiales. Sabemos mucho del otro —dónde está, qué comió, qué piensa sobre algún tema— pero no lo tocamos, no lo escuchamos de verdad. Estamos acompañados por la presencia constante de otros cuerpos digitales, pero solos en lo esencial: nadie nos ve realmente cuando dejamos de ser contenido.

A veces, para conocer a alguien, pedimos compañía. “No quiero ir sola”, decimos, como si la presencia del otro fuera una especie de escudo emocional. Buscamos un refugio, alguien que amortigüe el riesgo de acercarnos, que nos acompañe por si el encuentro no resulta, o por si sí. Pero hay cosas —como conocer a alguien de verdad— que no pueden hacerse en grupo.

Y así, como Narciso, acabamos en un lago lleno de rostros, pero sin un verdadero con quien fundar una relación que no se borre al cerrar la pantalla.


🎭 Identidad-performance

Convertimos nuestra personalidad en una marca.

Ya no basta con ser, ahora también hay que parecer, mostrar y optimizar. Construimos una versión de nosotros mismos que funcione bien en vitrina: coherente, interesante, estéticamente aceptable. No es mentira, pero tampoco es toda la verdad.

En este modelo, cada gesto se piensa como parte de un relato público: lo que digo, lo que callo, cómo me visto, cómo reacciono, incluso cómo sufro. La espontaneidad cede paso a la estrategia. Nuestra vida se vuelve contenido, y el yo, un proyecto de imagen. No es que actuemos todo el tiempo, es que no sabemos dónde termina el personaje y empieza lo íntimo.

Como Narciso, terminamos cautivos de ese reflejo que brilla tanto que no deja espacio para el error, para el cambio, ni para la contradicción. Pero el alma necesita contradicción para respirar.


📚 Desde la lente filosófica

Hay un libro muy bonito que habla de esto… (Spoiler: quizás es uno de esos libritos encantadores que requieren diez cafés y dos diccionarios para entenderlo.) Pero desde esta lente —que a veces es más un microscopio que unas gafas—, vale la pena detenerse a mirar.

Martin Buber, en Yo y Tú, nos propone algo simple y revolucionario: que no todos los encuentros son iguales. Que a veces tratamos al otro como cosa, reflejo, herramienta. Eso es un Yo-Ello. Pero otras veces, raras, valiosas, aparece el , ese ser impredecible, libre, que nos transforma. Narciso nunca llega al . Se queda hablando con su reflejo. Lo mira, pero no lo ve.

Y hablando de espejos, Byung-Chul Han, en uno de esos “libros bonitos” con títulos suaves y diagnósticos demoledores, dice que estamos expulsando lo distinto. Vivimos rodeados de positividad, de nosotros mismos, de likes. Y como Narciso, nos agotamos frente al espejo, sin que nadie nos haya tocado verdaderamente.


💬 Preguntas para el lector de esta nota

Gracias por llegar hasta aquí. Quiero terminar con algunas preguntas, por si quieres pensarlas conmigo:

Pero si quieres escribirme, puedes hacerlo a: lrdeleon@gmail.com O dejarme un comentario aquí:

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No tengo respuestas, pero camino con las preguntas abiertas. Y si te sirven, bienvenido a este pequeño mito compartido.

Tags: #mitología, #ética, #filosofía, #Narciso, #autoconocimiento

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